jueves, 7 de abril de 2011

LA SOLEDAD por Jesús Pastor

El hombre de la barba se caló su visera y la ladeó sobre su ojo derecho. Se puso su abrigo y miró alrededor. A la luz de las estrellas apenas podía distinguir nada. Miró hacia la luna, le guiñó un ojo a modo de despedida y con un chasquido de sus dedos hizo aparecer el sol. Aspiró con fuerza y una ligera brisa se levantó de repente. El hombre de la barba estaba en la cima de una colina, bajo la copa de un frondoso árbol. Extendió los brazos en forma de cruz y giró sobre sí mismo contemplando el paisaje que le rodeaba. No vio a nadie, sólo los campos que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El hombre de la barba pestañeó y la mañana se llenó de sonidos
Descolgó su bolso de una de las ramas del árbol. Buscó en su interior y sacó una pequeña libreta de color negro y un lapicero. Escribió unas palabras en ella y volvió a guardarla. Se echó el bolso al hombro. Lo sintió ligero como si estuviera cargado de aire. Con una sonrisa comenzó el descenso de la colina siguiendo un sendero rodeado de flores. Mientras caminaba iba silbando una canción.

Cuando llegó al pie de la colina el sendero se hizo más amplio. El hombre de la barba se detuvo y entornó los ojos. A lo lejos creyó distinguir una figura. Reanudó la marcha. A los pocos metros  salió del camino. Se acuclilló frente a una flor de pétalos blancos. Era hermosa. Muy hermosa. Suavemente la cortó con su mano derecha. Antes de incorporarse pasó su mano izquierda sobre la hierba y en el lugar en que había estado la flor brotó otra de pétalos rojos.
Continuó andando. Ahora el camino estaba bordeado por árboles que arrojaban su sombra sobre los pasos del hombre. Sobre su cabeza las copas formaban una especie de túnel de color esmeralda. El hombre jugueteó con la flor entre sus dedos. La miró. Era hermosa. Muy hermosa. Alzó la vista y al  final del túnel esmeralda observó que la figura se había hecho más nítida. Parecía una mujer. Sí, estaba casi seguro. Aceleró su paso y cuando estuvo a unos cuantos metros de ella comprobó que se trataba de una muchacha. Era muy bonita. Tenía el cabello negro, largo. Sus ojos eran verdes y su piel morena. Llevaba un sencillo vestido estampado de color claro. Cuando llegó a su altura la miró a los ojos mientras le sonreía y le saludó.

- Hola ¿cuál es tu nombre? – extendió su mano y le ofreció la flor.

La muchacha no dijo una sola palabra. Se hizo a un lado y le dedicó una mirada fría. Sus labios permanecieron apretados, sin expresión. La muchacha  siguió su marcha. El hombre de la barba bajó la mirada. Abrió su mano y dejó caer la flor. Miró sus botas y vio que estaban manchadas por el polvo del camino.
Abrió su bolso y sacó su libreta en la que garabateó unas palabras. La devolvió a su sitio y al acomodar de nuevo el bolso sobre su hombro lo notó más pesado.

Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, el hombre se sintió cansado. Llevaba varias horas caminando. A la izquierda del sendero distinguió una casa y se dirigió hacia allí. La casa estaba construida de madera y pintada de azul celeste y su tejado era de un brillante color rojo. Parecía una casa alegre y estaba bien cuidada. Cuando el hombre llegó a la valla que rodeaba la casa y el pequeño jardín que había en la parte delantera, vio apoyada junto a la puerta de la verja una vieja bicicleta. Parecía llevar allí mucho tiempo y tenía el aspecto de no hacer sido utilizada en años. El hombre de la barba cogió la bicicleta, abrió la puerta y se encaminó a la entrada de la casa. La bicicleta chirriaba y avanzaba con dificultad. El hombre se llevó el dedo índice a los labios y los ruidos cesaron. El hombre golpeó la puerta con los nudillos y esperó. Le abrió un anciano que le miró de arriba abajo sin dirigirle la palabra.

- Buenos días – saludó el hombre de la barba – llevó toda la mañana caminando y estoy cansado. Me preguntaba si podría prestarme su bicicleta para llegar al pueblo. Cuando regrese esta noche se la devolveré.

El viejo se rascó la cabeza y miró al hombre a los ojos. Este le devolvió una sonrisa.

- Lo siento – dijo por fin el anciano – la bicicleta es mía y la necesito.
- ¿Podría entonces ofrecerme un poco de agua?
- No, no tengo tiempo. Tengo que salir. Adiós – y cerró la puerta.

El hombre de la barba volvió sobre sus pasos y dejó la bicicleta donde la había encontrado. Cruzó el camino y se sentó sobre una piedra desde donde podía observar la casa. Dejó su bolso a un lado y cerró los ojos. Durante el tiempo que permaneció así nadie salió de la casa.
El hombre de la barba abrió su bolso, buscó en su interior y sacó su libreta negra. Por tercera vez esa mañana escribió algo. Se levantó y tomó la correa del bolso para continuar su viaje. La correa se tensó y el hombre tuvo que hacer un pequeño esfuerzo para alzarlo. Finalmente lo colgó de su hombro. Cada vez parecía más pesado.
Durante las siguientes horas no se cruzó con nadie más. Cuando caía la tarde llegó  a la entrada del pueblo. El camino se convirtió en calle, los árboles en muros de hormigón, el canto de los pájaros en gritos. Miró a su alrededor y vio a dos personas conversando. Se aproximó a ellos y los saludó

- Buenas tardes, estoy buscando la plaza del pueblo

Los hombres  callaron y se le quedaron mirando como si su sola presencia les resultase lo más desagradable del mundo. El hombre de la barba extendió su mano.
-Me llamó…. – intentó presentarse
- Por favor no moleste, estamos ocupados.

El hombre de la barba dejó caer su brazo sobre el costado. Una lágrima rodó por su mejilla y fue a parar sobre el asfalto. De pronto sintió una ligera presión en su mano. Un niño de unos cinco años estaba a su lado y lo miraba con curiosidad.

- ¿Estás triste?
- Ya pasó – sonrió el hombre de la barba- estoy buscando la plaza del pueblo.
- Yo te llevo – le dijo mientras tiraba de su brazo.

Cuando llegaron a la plaza el niño lo acompañó hasta un banco de piedra que había en el centro. A su alrededor la gente caminaba sin mirarse, sin hablar entre ellos, sin prestarse atención.

- ¿para qué has venido aquí?
- Sólo quiero conversar y disfrutar de la tarde

El niño se encogió de hombros.

-Aquí nadie se conoce. –  le dijo al fin, y se fue dejando al hombre solo. El niño se sentó sobre el bordillo de un jardín.

El hombre de la barba contempló la plaza a su alrededor. Tristeza. Notó un nudo en el estómago.  Sacó su libreta y escribió de nuevo en ella. Al guardarla en su bolso su mano golpeó con una superficie fría, metálica. Con algo que no debería estar allí. El hombre de la barba recorrió el objeto hasta que llegó al extremo del mismo que se curvaba. Lo asió por allí y extrajo el revólver de su bolso. Lo miró sin emoción. Acarició su superficie. Se llevó el cañón a la boca y apretó el gatillo. Nadie pareció haberse dado cuenta de nada. Nadie miró, nadie escuchó nada. El revólver cayó de la mano del hombre. Sus rodillas se doblaron y golpearon el suelo. Por último la cabeza del hombre quedó apoyada sobre el suelo.

El niño corrió hacia donde había caído. Lo miro con cara de sorpresa y metió su manita en el bolso. Sacó la libreta de tapas negras y la abrió. Siguiendo los renglones con su dedito leyó despacio lo que el hombre de la barba había escrito:




“Soy feliz”

“Tal vez una flor no sea suficiente para arrancar una sonrisa a un corazón atormentado.  No poseo nada más. Lo siento”

“Tal vez una sonrisa no sea suficiente para arrancar una palabra a un corazón desconfiado. No poseo nada más. Lo siento”

“Tal vez una palabra no sea suficiente  para arrancar un poco de calor a un corazón apenado. No poseo nada más. Lo siento”

“Ya no tengo flores, sonrisas ni palabras. Sólo me queda la pena. Tal vez hubiera sido mejor no despertar esta mañana

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